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Refinamiento original


Debo confesar que mi amor por esto, nace en el calor y en el esfuerzo de unas manos moviendose al son de las máquinas y de los hilos que debía enhebrar en cada aguja que me generaba ciertos dolores de cabeza cuando los anteojos no estaban a mi lado.

Aunque mi pasión y mi situación no me permitían escoger entre una u otra costura, los trajes militares que salían como por montones y listos para una guerra parecían estar nublando aquella magia de creatividad que yacía del encanto de un vestido recien terminado y puesto en aquella mujer de extremada elegancia y refinamiento, aquella que caracterizaba la Belle Époque.

Rapidamente supe que estaba listo para la creación de arte siguiendo mi instinto, un instinto que supo apoderarse de mi como un don enriquecedor del cual todos parecían admirar, supe buscar aquel secreto ingenioso de lo único, aquel que me llamaba como de un mundo distinto y siempre bello, aquel que me permitía apoderarme de aquellas telas como lienzos listos para ser huntados de arte.

Y entre los humos de nicotina y de el sonido de la taza de café vacía, y vaya que olor tan fascinante del café típico de una terraza en el Saint Germain de Près, supe que buscaba algo distinto que me diferenciaba del estilo parisino, siempre buscando algo nuevo, algo lejano, ese algo que me permitiera visualizar una mujer bella, diferente, libre, siempre renovoradora y como lista para ser expuesta en una mesa de arte, o salir en escena y que todo el público a su alrededor se deteniera a admirarla, ese era yo, buscando desnudar esa alma extravagante que se escondía bajo mis trajes de tonos sobrios cubiertos por un delantal que me definían como un ‘couturier’ del que luego cree un gran nombre.

Como si fuera poco para mi gusto, descubrí en aquel idilio, una atracción única por la sofisticación y proeza de las siluetas femeninas al son del ballet ruso, quien en ese momento era el gran auge de la sociedad aristócrata que acompañaba los teatros de finales del siglo XX.

Y como en un momento de lucidez y completa inspiración, mi cabeza comenzo a trabajar en el imaginario de un traje que adornaba los movimientos de estas mujeres, de pies de punta y cuello erguido, y puedo decir que en el instante de absoluto éxtasis, mis manos sin parar de trabajar, pude terminar una pieza que aun me recuerda esta adicción por encontrar el tono preciso, una pieza que podía semejarse a los tonos del color marino, un vestido de seda casi todo plateado pálido, acompañado del azul, el coral y el turqueza en aquellos apliques puestos como conchas marinas en un fondo de mar todas en la parte superior, y hacia el inferior unas capas que se ensanchaban y rodeaban la cintura y se reducían llegando a los pies, quienes estaban todos apretujados y rodeados por una cinta de celofán plegada hacia el final.

Y como en una melodía de Tchaikovski imaginaba mi traje moverse al son de este genio compositor embajador de Rusia.


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